Abandonando la vida de oficina

Hace casi dos meses le dije adiós a una etapa muy importante y bonita de mi vida: La de planner digital.

Debo admitir que no fue nada fácil renunciar, porque si bien la vida de oficina en el gremio publicitario es dura, de horarios extendidos, ppts interminables y regaños del cliente, también es muy divertida. De las cosas que más extraño están los almuerzos de cumpleaños, las fiestas y los regalos de los medios, jugar rana o tiro al blanco en la oficina, salir a beber los viernes, el trabajo en equipo para sacar adelante las campañas, y el reto que suponía en sí aumentar las ventas del cliente.

Era bonito sentirme parte de algo que se convirtió en una familia, con la que reí, peleé, y hasta lloré; también disfrutaba mucho mi rutina diaria, y claro, gastar mi dinero en lo que primero se me ocurriera (y esa es una sensación muy poderosa y tranquilizante).

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El día de mi despedida

Sin embargo, siempre tenía en la cabeza varias preguntas que no podía ignorar, como por ejemplo: realmente amo lo que estoy haciendo? realmente aquí es donde quiero estar, o solo es donde debería estar? Lo que estoy haciendo ahora me está llevando a donde quiero estar mañana? Y mis respuestas casi siempre apuntaban a que no estaba satisfecha.

No sé si esto le pasa a mucha gente, o soy yo que me complico mucho, y le doy muchas vueltas a todo. De cualquier manera, aún no me explico cómo uno consigue el puesto que quiere y empieza a crecer profesionalmente, hasta que un día cualquiera reconoce que lo que estaba haciendo no es lo que quisiera hacer por el resto de su vida. Ni siquiera por los próximos dos años.

Creo que mas allá de tener un problema con el hecho de trabajar en una oficina, siempre tuve latentes varios dilemas con la forma en que tenía que desempeñar mi trabajo, y muchísima curiosidad por conocer otros estilos de vida y aprender sobre otras cosas, pero me costaba admitirlo, sobretodo, cuando me empezó a ir bien, y cuando empecé a comprar todas las cosas que quería. Sin embargo, fué inevitable empezar a compararme con algunas personas con las que trabajaba, y veía que realmente amaban lo que hacían, que les apasionaba ser los mejores, eran muy competitivos y tenían una proyección y una visión muy clara sobre su vida laboral. Para ellos, todo tenía sentido, y sus motivaciones eran más grandes que sus peros.

Ahí fue cuando  finalmente pude entender eso de que “el mundo necesita gente que ame lo que hace”, y yo definitivamente no lo amaba lo suficiente, porque todo el tiempo sentía que me estaba perdiendo de un montón de cosas, y temía seguir avanzando por esa trayectoria, hasta que ya no pudiera retroceder ni salirme de esa ruta.

Por eso necesitaba parar un momento y pensar realmente lo que quería hacer con mi vida. Y sin dudarlo, y casi con descaro, la respuesta instantánea fue: viajar. 

Sin embargo, no es el tipo de respuesta que le resuelve a uno el “destino” automáticamente, sino todo lo contrario: no supone un rol, ni un crecimiento laboral, ni un ingreso económico. Ni siquiera una estabilidad emocional, incluso significa de alguna manera abandonar lo mucho o poco que se haya construido a los 27 años (que según las mamás son casi 30 y es edad de «sentar cabeza»).

A pesar de todo eso, y sin importar si es el peor momento posible, a veces es preferible tomar riesgos y liberarse de viejos miedos, e irse al otro lado del mundo sin saber con lo que se pueda encontrar y sin tener la vida resuelta, que permanecer en un lugar que ya no es su lugar.

Ahora, aquí en China, admito que extraño muchas cosas y a veces me da mucha nostalgia un abrazo de mi mamá o una cerveza con mis amigos, pero creo que ha valido la pena cada segundo, y que los aprendizajes que he tenido han superado todas mis expectativas.

Desde un simple plato de comida, hasta la estatua mas imponente de un templo budista, todo ha sido un descubrimiento casi mágico. Incluso, el hecho de vivir con unas personas que tienen unas costumbres muy diferentes a las mías me ha enseñado cosas que nunca esperé.

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Templo Lama

Estar aquí también ha significado sentir que cualquier cosa es posible, y que uno nunca tiene nada seguro en la vida, ni siquiera cuando hay de por medio un contrato a término indefinido en una gran empresa. En esa medida, uno de los mejores aprendizajes ha sido vivir el presente al máximo, disfrutando cada segundo, cada imagen, cada sensación, porque no se si algún día pueda repetir este viaje.

Creo que una de las cosas mas importantes de este cambio de estilo de vida es que mi percepción del dinero cambió mucho, y aunque sigue siendo un asunto que me preocupa, me di cuenta que está en todas partes, que es relativo, que va y viene, que vale mas aquí y menos allá, y sobretodo, que es un medio, no un fin. De hecho, China me ha demostrado que hay muchas formas de conseguirlo, sólo que la mayoría de nosotros conocemos muy pocas, como trabajando de 8 a 5 en una oficina, por nombrar una.

Por otro lado, también ha sido tranqulizante entender a través de este viaje, que no importa el lugar donde uno esté, nunca va a empezar de cero, ni va estar completamente a la deriva, porque todo lo que uno sabe y lo verdaderamente importante que ha construido siempre lo acompaña, y hace parte de uno, y por eso siempre esta a la mano, incluso las personas, la familia. Lo que pasa es que ahora se empieza a aprender y a construir de un modo diferente.

Por eso y por mucho más,  aún no sé cuando regrese a mi país y vuelva a retomar mi vida de oficina. Lo único que sí sé es que quiero estar aquí y ahora con todo lo que eso implica (y complica), que viajar es la mejor inversión del mundo, y que lo voy a hacer hasta cuando me sea posible.