Lo que extraño de Bogotá

Viajar es llenarse cada día de historias e imágenes. Muchas van a ser olvidadas, la mayoría no se van a poder recordar con nitidez, y hay otras que van a volver a la memoria de la manera y en el momento mas inesperado.

En esa medida, viajar tambien es llenarse de nostalgia por lugares y personas que acompañaron cierta situación, y eso fue lo que me pasó hoy cuando vi el video de la canción «Deja» de Sidestepper.

Inevitablemente recordé ese bar donde graban el video (no me acuerdo del nombre) y la música que ponían, y los personajes que uno veía ahí, que a la 1:00 a.m cruzaban La Séptima, para comprar Todo Rico en la tienda de la bomba. Algunos de esos personajes eran los mismos que uno se encontraba rumbeando en El Chango, Café Cinema, Gato Naranja, Barbe, Casa Babylon, Congo o Natural (o en su defecto, en la tienda de doña Esperancita).

Gracias a ese video recordé a Bogotá tal y como me gusta, tal y como yo la veía en esos días fríos y lluviosos cuando estaba en la universidad, y me iba sola, o con algún amigo igual de desocupado que yo a caminar por Chapinero y el Centro después de clases, con las manos en los bolsillos, en busca de todo y de nada, sólo por el placer de andar, de conocer nuevos rincones, nuevos grafittis y nuevos sabores.

Por ejemplo, me acordé de la panadería cerca de la 53 con Séptima donde comía pan de bono y tinto. Y por ahí derecho, de la tienda de la 45 y su rockola. De las pizzas de masa gruesa donde el Vecino, cerca de la Piloto. De 4 parques un viernes a las 4 de la tarde, repleto de primíparos y punks. Del mural grafiteado de la 34. De los skaters en el Parque Nacional. De las ferias artesanales de la 32. Del parque de la Independencia y las Torres de Salmona, donde siempre soñé vivir. De las exposiciones del Mambo y las cervezas en algunos de los cafés de Terraza Pasteur, antes de que los cerraran.

También me acordé del mercado de las pulgas los domingos, que tanto me gustaba fotografiar, y las tardes de películas en la Cinemateca. Del sabor de la cazuela de mariscos de la Pescadería de la 22. De la panadería La Florida y su inigualable tamal con chocolate. De los caricaturistas del parque de las Nieves. Del ya extinto «hueco de las corbatas». Del local de John Jairo al lado de Facol, donde he comprado películas desde hace unos 8 años, y nunca, nunca me ha decepcionado.

De los toques en la Media Torta, y de los malabaristas ensayando en el parque del eje Ambiental. De las citas en la esquina de CityTv. Del tinto de Café Pasaje. De los tequilas en la tienda de doña Ceci (ese mundo paralelo donde puede sonar una canción del Binomio de Oro después de una de Slayer). De La Peluquería, del Chorro de Quevedo y sus bares bohemios, llenos de hippies, metaleros, extranjeros y hasta oficinistas.

De las exposiciones de arte en la Gilberto Alzate Avendaño. De la Hemeroteca de la Luis Ángel Arango, el mejor lugar del mundo para sentarse a leer. De la vista de la ciudad desde la terraza del Centro Cultural García Marquez. Y como no, también de la plaza de Bolívar y el señor que le toma fotos a los niños encima de una llama.

Uno nunca cree que va a extrañar cosas como esas, pero sí. Uno cree que no son nada especial, pero sí que lo son.

Afortunadamente, siempre se puede volver.