De por qué me enamoré del Pacífico

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Con los lugares pasa lo mismo que con cuando uno conoce a una persona: hay unas que gustan a primera vista, otras que no resultan tan interesantes; algunas que uno va aprendiendo a apreciar poco a poco, y están esas con las que se siente una empatía y un «feeling» total, que tienen una energía muy especial, y atrapan.

Precisamente, a mí me pasó lo último con el Pacífico, a pesar de que no es uno de esos lugares que suele gustarle a todo el mundo, pues el clima es bastante húmedo y lluvioso, y la primera impresión al llegar al puerto de Buenaventura, es que es un lugar caótico y sucio.

Sin embargo, apenas uno se da la oportunidad de hablar con la gente, entiende el sitio tan maravilloso en el que está. De hecho, a riesgo de caer en estereotipos, creo que las personas de esta región de Colombia son probablemente las más humildes, amables, sencillas y alegres que he conocido. Y tal vez esté exagerando al decir que la música del Pacífico, y ese sonido único de la marimba chonta, y ese ritmo cargado de sabrosura, alegría y tristeza a la vez, son capaces de alejar cualquier mal.

Y tal vez vuelva a caer en el mismo error que no quiero evitar, al plantear que ir al Pacífico puede ser como realizar 5 viajes en uno, acompañados del sabor único de la comida de mar, que sólo la gente de esas tierras sabe preparar y de una gama de colores y paisajes tan impresionantes, que incluso, es difícil exagerar.

1. Avistamiento de Ballenas. Sinceramente, una de las cosas más hermosas que cualquiera puede vivir es adentrarse en lancha a las aguas del Pacífico (a un par de horas de Buenaventura por vía marítima) para presenciar de cerca a las ballenas jorobadas, que escogen cada año el mar colombiano para dar a luz a sus pequeños ballenatos.

Verlos saltar y jugar con todo su peso, con esa inmensidad y esa inocencia, es un milagro de la naturaleza , que cuando uno tiene la oportunidad de ver con sus propios ojos, solo puede gritar de emoción, y sentirse absolutamente minúsculo y afortunado

2. Ladrilleros. La playa del Pacífico es bien particular , pues no es dorada y perfecta como la del Caribe, con un hermoso mar azul; por el contrario, en su mayoría es tierrosa y muy gris. Sin embargo, eso pasa a segundo plano cuando uno se bañ en ella, viendo un atardecer absolutamente espectacular, mientras toma arrechon, tumbacatre, 7 polvos, o alguna de las bebidas afrodisíacas de esta tierra maravillosa llena de melanina y «flow», escuchando de fondo salsa de la buena, de la que nace ahí, de la que aprenden a bailar los lugareños desde pequeños, con un «tumbao» difícil de igualar.

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3. La Sierpe. El Pacífico puede ser tan azul, gris o en el caso de la Sierpe, tan verde como se le de la gana. Uno de los lugares más hermosos para conocer en esta zona es esta cascada de agua dulce que se junta con el mar, formando un pozo bellísimo rodeado de vegetación, en donde pudimos observar, entre otras cosas, un pequeño lagarto que caminaba sobre el agua y unos insectos similares a las luciérnagas, iluminando a plena luz del día. Toda una ambientación que me hizo sentir con en la película Avatar.wpid-wp-1413860170820.jpeg

4. Paseo por el manglar. Es difícil describir lo que se siente hacer un paseo en canoa, en medio de una selva tan majestuosa y llena de sonidos que uno no sabe de donde provienen, pero parece que en cualquier momento algo pudiera salir de la nada y saltar al bote para devorarse a los turistas. Hasta los árboles gigantes con las raíces completamente salidas de la superficie, parece que fueran a empezar a caminar. Realmente mágico.

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5. La Barra. Sin lugar a duda mi playa favorita. Y lo es porque es completamente diferente a todas las playas que he conocido. Porque tiene la arena mas suave del mundo color gris clarito, que combinada con el cielo blanco te hace sentir como en el limbo, como caminando en medio de la nada. Porque se siente una paz indescriptible, que solo se puede experimentar en un lugar tan vírgen, tan recóndito. Es como un paraíso secreto del que uno no se quisiera ir.

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Recuerdo el partido de fútbol con los niños en la playa, las conversaciones con don «Cerebro», los morenazos bailando salsa afuera de la discoteca, los caracoles gigantes, los clavados en la Sardinera, las conversaciones con Diana en el muelle de Chucheros, las sonrisas de la gente, el «Ay amigo!» con ese tonito Pacífico, y me doy cuenta que una parte de mi se quedó allá, y cada vez que escucho canciones como esta, me juro a mi misma que tengo que volver como sea.

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